lunes, 28 de marzo de 2016

Misa

El sol recrimina la mirada y exacerba el calor; al ingresar al atrio, ese espacio abierto con jardineras a maneras de bancas para poder admirar la grandeza de la estructura arquitectónica que es la iglesia. Una sola nave que conduce a las tumbas de los grandes oligarcas que yacen, convirtiéndose en polvo bajo las plegarias casi silenciosas de los feligreses.

En el atrio se observa la estatua de un monje, con un indio arrodillado ante la verdad de Dios, y a la diestra, la deidad cosmogónica decapitada probablemente por la verdad de Dios también. Interesante la figura, pues muestra la superioridad de una creencia ante otra, y crea digamos una jerarquización ante la significancia misma.

Suenan las campanas, es hora de la misa; la gente entra en silencio mientras la vida transcurre con indolencia. Todos son mayores, o al menos parecen mayores; tal vez sea porque la vida en Guatemala te envejece.

La misa es algo mecánico, un ritual que conjuga diferentes actos de sumisión, porque de eso se trata, humillarse y confesarse inferior ante un poder superior que con su mano poderosa lleva el destino hacia la oscuridad de la tristeza y las penas, para después ser recompensado en esa vida que existe después de la muerte; algo así como un cronotopo, vivir en el futuro de algo que nadie jamás ha visto pero que los reconforta.

Quizás allí es donde recae la significancia, en la paciencia, en el querer esperar para poder obtener el maná, para ver la tierra donde emana leche y miel, o bien, caminar por esas calles de oro y navegar ese mar de cristal, tal vez, solo tal vez sea eso.

Podríamos esparcir datos arbitrarios que enmarquen el ritual; el arrodillarse, el repetir como soldados lo que ordena el padre, el arrodillarse ante una galleta que te convierte en caníbal, siendo esta el cuerpo de Cristo y uno el que la ingiere, pero no se trata de eso ¿verdad? Se trata de dimensionar los niveles en los cuales se crean símbolos y significancia de los mismos, estructurar el sistema que abarque ontológicamente una creencia, el pensar que la misa es ese espacio atemporal, fuera de la espacialidad en el cual, atravesamos la barrera de lo humano y alcanzamos lo divino mientras somos instruidos en la palabra y despedidos en la paz del Señor.


Al salir, toda esa atmósfera de fraternidad desaparece; lo significativo solo existe en los límites materiales e imaginarios de la iglesia. Todos pitan impacientes para salir del parqueo, algunos maldicen y cuasi arrancan brazos de niños para salvarlos de ser atropellados por los conductores fúricos por salir; la muerte pienso yo, sería ligeramente más trágico que ser manco desde niño. Compro una canillita de leche, y cierro mi libreta. 

domingo, 21 de junio de 2015

Boris

Me subí al elevador sin pensar en nada, la música a todo volumen y mis manos temblando por los dos cafés que había tomado en la mañana. Era uno de esos días largos en los cuales sientes que el tiempo no pasa, ves el reloj y marca la misma hora que tenía cuando empezaste a hacer el reporte que te pidió tu jefe; todavía me quedaban cuatro horas por matar en el trabajo y seguramente haría otras tres más sin que me las fueran a pagar.

La puerta del elevador se abrió sin gentileza y lo primero que vi entrar fue su panza enorme, él era más panza que persona. Su cabeza calva, los lentes feos que jugaban a combinar con la camisa igual o más fea que los lentes, su pantalón arrugado y unos zapatos que solo alguien decepcionado de su vida podría usar. Vi como sus labios se movían mientras se posaba frente a mi, me dio una mirada fría pero a la vez escandalosa y sin embargo no quise quitarme los audífonos, la musica estaba muy buena, Misfits a todo volumen era mejor que cualquier cosa que él me estuviera diciendo, yo movía mis manos imaginando que tocaba la batería.

Me vio de nuevo, detuvo su mirada sobre mis manos y luego su boca empezó a moverse de nuevo, dirigiendo sus palabras a mis manos, luego a mi torso y por último a mi cara, tuve que interrumpir la rola porque se movía entusiasmado, como si me tratara de contagiar la alegría espontánea que emanaba de su cuerpo fofo y torpe.

- ¿No escuchaste lo que te dije?

- No, lo siento. La musica estaba muy alta.

- Te pregunté si tocás batería.

- No, para nada. Solo me disfruto la musica.

Su cara se vio invadida por el desanimo. No puedo explicar bien lo que se reflejaba en su expresión pero era una mezcla entre enojo y decepción.

- Yo sí toco... Bueno, tocaba batería en una banda muy famosa de acá.

El hastío me llenaba el cuerpo. La voz ronca y su tono impositivo y demandante empezaban a incomodarme. El entusiasmo de su cuerpo se había convertido en exaltación y yo no quería más que volver a mi musica. Parecía que mis respuestas cortas y antipáticas no tenían otro efecto más que molestarlo y darle ganas de seguirme hablando.

- Sí fijate vos. Éramos cabrones... Bueno, yo era el que les hacia el pisto. La mara iba a los conciertos por verme tocar la batería.

No se detenía, parecía que los recuerdos le venían como relámpagos, uno tras otro golpeaban su cabeza y activaban una verborrea estúpida y sin sentido que yo no quería soportar. Solo asentía y lo invitaba a callarse cuando le decía «A qué de a huevo vos.»

- A huevos que era de a huevo. - dijo y se acercó más a mi. Se me tensaron las piernas y el resto de mi cuerpo adoptó una posición defensiva.

- Vos no sabés lo que es tocar frente a miles de personas y que canten las canciones a todo pulmón mientras vos echas verga en el escenario.

Tenía razón, yo no sabía que era eso. Se acercó un poco más y su respiración se tornó pesada. Le pregunté cómo había logrado tocar frente a tantas personas. Se lo pregunte para calmarlo más que por interés porque de eso no tenía nada. Las gotas de sudor hacían un pequeño charco en su labio superior y en gotas más gordas le salían desde su cabeza sin pelo.

Podía ver la duda y el pánico invadirle la cara, una cara tan común que nadie creería que pudiera hacer algo más que quejarse de su vida tan decepcionante.

- A pues eso fue la primera vez que vino metálica. Hace muchos años. Alternaron con brujería y otras bandas y nosotros les abrimos el concierto.

Entonces me di cuenta que yo tenía el poder. No sé si fue el aburrimiento, o la podredumbre de ser miserable en un trabajo que detesto, no sé realmente qué fue pero me invadió la infamia, me empapé de un deseo por humillar al tipo.

- Vos, ¿Pero metálica solo ha venido una vez, no?, ¿Quienes eran ustedes, o más bien, cómo se llamaba tu banda? ¿Vos quién sos?

Fue un ataque certero. A quemarropa. Fueron demasiadas preguntas que lo desconcertaron y marcaron mi primer error. La cara se le puso roja, un inminente estallido se veía venir en el espacio de dos por dos. El elevador seguía bajando. Se tomó unos segundos antes de suspirar y contestarme.

Me llamo Boris me dijo. Boris Pérez. No pude evitar reírme en mis adentros y seguir con la humillación. Ya había visto su nombre en el carné que colgaba de su cuello y descansaba en su panza.

- Mi banda se llamaba verdades. Fueron muchos clavos pero... Pero lo que acabó con la banda fue mi primer hijo. No podía ir a los ensayos terminé por vender mi batería.

Era mi oportunidad para que dejara de hablarme y terminar de humillarlo. Lo hice sin culpa, sin pudor.

- A vos, pero te confundiste porque metálica solo vino una vez y yo fui al concierto. No vi ninguna banda que se llamara como la tuya.

Mi segundo error trajo la violencia. Me preguntó si acaso se veía mentiroso. Me dijo que tal vez estaba confundido con la banda pero que era seguro que el les había abierto el concierto. Me decía que lo imaginara con pelo largo, con la batería haciendo TACA, TACA, TACA, y con los platillos llenos de agua para que saliera como una entelequia en los vídeos. Ya no me importaba nada, ni Boris, ni la musica, ni su historia que estaba seguro se la estaba inventando. Le dije que no era posible porque lo que él me decía sonaba a paja mañanera y que qué pereza escuchar pajas tan temprano. Ese fue mi tercer y último error.

Boris me agitaba con violencia. Me decía que ningún patojo comemierda iba a quitarle su juventud y sus logros. Traté de defenderme, de pedir ayuda pero su fuerza era sobrehumana y el elevador no se detenía. Escuché un golpe seco, como de un costal lleno de huesos estrellarse en una superficie de concreto. Lo último que recuerdo fue su taza de café estrellarse en mi cráneo.

Desperté ya muy entrada la noche. Me toqué la cabeza y me ardió como si me hubieran echado alcohol en una herida abierta. Mi pelo estaba gelatinoso y tieso por la sangre. Me levanté y revisé si todavía tenía mi celular y mi billetera. Todo estaba allí, todo excepto mis audífonos. Usé mi teléfono y busqué concierto, verdades, brujería. Allí estaba todo, un pequeño artículo que decía que la banda Sepultura había tenido un concierto y que una banda local les había abierto el concierto, bajo el nombre de verdades habían encendido al público y que probablemente miles de personas habían coreado las canciones. Me levanté y presioné el botón de mi piso. Todavía no recuerdo si terminé el reporte antes de redactar mi carta de renuncia que presentaría al siguiente día.

Es una historia poco creíble, lo sé, pero algo tenía que imaginar cuando subí al elevador y vi al muchacho mover sus manos, con sus audífonos a todo volumen y soltando una carcajada cuando vio que mi nombre es Boris Pérez.

Aún con estas ficciones que fabrico el aburrimiento y la monotonía no se van. Es difícil estar sentado doce horas, viendo los monitores de los elevadores y pensar en lo que las personas están hablando. Cuando vi subir al muchacho pensé que era baterista en una banda y cuando vi subir al hombre gordo y feo subir un piso después, no fue difícil imaginar esta historia. Después de todo, el tipo tenía cara de un gato llamado Boris, y el muchacho tan arrogante tenía cara de merecer un par de puñetazos. No es fácil ser policía privado en un edificio tan grande y con tanta gente. Perdón... Allí vienen otros. Allí viene otra historia.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Placa policía ¿dime quién es este?

Salí, con el paso fofo encendiendo un cigarro mentolado porque la noche estaba helada; a pesar de ser ya tarde la gente todavía caminaba por las calles semi oscuras, como aferrándose a sus bolsas y sus mochilas, aferrándose a ese miedo de vivir en una de las ciudades más peligrosas del mundo. Al llegar a la décima avenida enfile hacia la dieciocho calle, me dijeron que el sujeto podía estar en uno de esos bares pobres en producto y si no por lo menos podría conseguir algo de información y droga barata.

Siempre pensé que mi oficina era inútil, el calor insoportable, el ruido de las camionetas, el caminar de la gente, ¡PA PA PA PA PA PA! No era tacones en la calle era mi puerta que ya casi se caía de los vergasos. ¡Adelante! Grité casi con desanimo. Su figura peculiar me llamó la atención, era chaparro, con unos lentes de culo de botella y un chalequito de esas tiendas para viejos, pero el no era viejo, su cabeza calva le hacia parecer mayor. - Me llamo Remigio, Remigio Colindres. Mi papá me puso así por un tío al que mataron antes de que yo naciera. - me lo dijo como a manera de disculpa, creo que sintió mi indiferencia ante lo innecesario de su comentario porque inmediatamente prosiguió. - Me dicen que usted puede ayudarme a localizar gente. Aquí la gente piensa que los detectives son más nefastos que la policía pero estoy desesperado. - Traté de ignorar el sudor que se acumulaba en su labio superior y le dije que dependía de qué era lo que quería, le dije que el sicariato era confundido con el trabajo de seguimiento mientras observaba su cadena de imitación de oro brasileño sumergirse en su pecho lampiño, el cuello de su camisa estaba sucia y se notaban las arrugas de las mangas, era como si se hubiera arreglado para venir a verme. - ¡Yo sé que usted no hace esas cosas! - La pena se le escurrió hasta que sacó un pañuelo, se secó el sudor de la frente y recobró la compostura, dejó las gotas de sudor que seguían acumulándose en el labio.

Entre de lleno al bar “El olvido”, según mis fuentes me dijeron que estaba allí por las noches y pedía cervezas para todos, mientras acariciaba jovencitas sacadas de pueblo con la promesa de un trabajo, al final pues sí era a trabajar a lo que venían pero no creo que se lo hayan imaginado, estar de putas en estos bares. Pedí una cerveza y me llevaron también unos nachos de boquitas, una niña con acento nicaragüense me dijo que si no deseaba compañía terminando la pregunta con un «papi» que casi me dan ganas de pegarle una cachetada y luego sentarla en mis piernas. Esperé al menos dos horas antes de que se apareciera; el tipo no era ni gordo ni flaco, llevaba una chumpa de cuero y unas botas de albañil lustradas, le sirvieron iba botella de ron y varios camarones en una mesa junto al escenario donde otra de las chicas cantaba con voz espantosa. Me acerqué a la barra y pregunté por el baño, sentí su mirada atravesarme cuando el mesero me daba indicaciones. Cuando salí del baño el conjunto primavera inundaba la estancia del lugar, sentí una mano torcerme el brazo, - Don Arturo pide que lo acompañe a su mesa. - no podía negarme sin levantar sospecha, tomé mi cerveza y cogí los nachos, la sillas azules y plásticas de pepsi me incomodaban la espalda. Por qué mierdas no he ido al doctor pensé mientras tomaba un sorbo amargo. - ¿Usted no viene mucho acá? - Me preguntó autoritario, - No, es la primera vez. Acabo de regresar del interior y quería echarme unas frías. - Hice una sonrisa mientras apretaba las nalgas, sentía que en cualquier momento podían tomarme por el cuello y arrastrarme hasta un cuarto para deshacerme a golpes. - A muy bien, hombre trabajador. Tiré su cerveza y pruebe trago del bueno. Todo se hizo confuso, los cigarros llenaron el cenicero que limpiaban inmediatamente, la cocaína me mantenía despierto y tuve un encuentro con una chica de jalapa con unas nalgas esculturales. - Estoy buscando trabajo, ¿no conoce de alguien que esté contratando? - No sé si fue la borrachera de las botellas o la euforia de la droga pero sentí un calor en el pecho, expandiéndose hasta tocar la punta de mis dedos rajados. - Eso depende de lo que pueda hacer - me dijo mientras exhalaba el humo azul de sus cigarros europeos. - Yo soy bueno para muchas cosas, pero si no igual aprendo rápido. - Me miró fijamente, tenía los ojos inyectados de sangre creo que pensaba en agarrar la botella y estrellármela en la sien. - Este es mi número, llámeme el lunes y platicamos. - Deslizó un papel con solo el número y la hora en que tenía que llamarlo. Salí tambaleante y pegándome a la pared para no desbaratarme en la banqueta, vomité dos veces antes de quitar llave de la puerta de mi casa y desplomarme en la cama.

La segunda vez que vi a Remigio iba menos pulcro, como si pudiera eso, llevaba una playera blanca y el mismo chaleco de la última vez. - Estuve analizando el caso y ya tengo el precio. Serán cinco mil quetzales más quinientos semanales de viáticos. Ah y otra cosa, me tiene que decir a qué chingados me estoy metiendo porque no quiero terminar muerto en un picop en la utopista. - Meditó unos dos minutos y buscaba algo que no existía en mi escritorio, levantó la bolita de mi adorno y la soltó con ligera extrañeza, tlac tlac tlac tlac tlac, - Tenemos unos negocios juntos, pero creo que no está siendo cabal. Su trabajo será decirme en dónde es que él se mantiene y con quién es que habla. Si puede tomar fotos le daré un bono, y solo para que vea que no juego le doy cinco mil ahorita y cinco mil cuando termine. Será un mes si mucho, y le aseguro que no es nada en lo que pueda correr peligro. - Debí decir que no en ese momento pero necesitaba el dinero y más que eso, necesitaba algo que me sacara del desahucio y la podredumbre. Antes del caso Remigio solo había tenido mujeres que sospechaban que las engañaban, hombres que querían saber donde se mantenían mujeres para acosarlas, estaba cansado de meterme a hoteles y tomar fotos de maridos maricones, necesitaba un respiro, un caso como esos de las novelas policiacas. - Hecho, pero eso sí, al menor gesto de peligro me retiro y no hay reembolso. -

La moneda rodó y el teléfono dio tres tonos antes de que una voz rasposa contestara al otro lado, fui puntual y... - ¿Bueno? Con don Arturo, soy Luis, él me dijo que lo llamara hoy para trabajo. - Me pregunté si había sonado demasiado formal para el personaje que llevaba, no me dijeron nada y el silencio interrumpido por la voz robótica del teléfono me hicieron considerar si colgaba. - Dice que llegue a esta dirección a las ocho de la noche. Lo va a estar esperando. - Clack, tuuuuuuuuuun; colgué el teléfono y regresé a mi oficina. A las ocho ya estaba él esperándome en “El costumbro” daba la impresión de que ese bar no lo habían limpiado desde hace décadas. - Me gusta que sea puntual. Usted va a encargarse de una tarea especial, tiene que seguir a una persona pero él no debe saberlo, me tiene que traer informes de los lugares a los que va y con quién habla, le voy a pagar cinco mil al mes y nos vamos a ver dos veces por semana. Si algo sale mal o si ya no quiere trabajar me llama y yo me encargo de liquidarlo. - Esa última frase me dejó frío, con la paloma aguada. - Gracias. - Solo eso alcancé a decir antes de que me diera la foto de Remigio con los lugares donde él se la pasaba. La incertidumbre, el miedo, la avaricia, una serie de emociones me acribillaban en el pecho, el vacío de la incierto me reptaba por las piernas que temblaban. ¿A qué putas están jugando estos mierdas? Pensé mientras me levantaba de la mesa.

Seguí a Remigio hasta un putero, tuve mucho cuidado de disfrazarme con una gorra de los yankees, una chumpa de gamuza y mocasines. No notó cuando me senté a tres mesas de la suya y pedí una corona. Lo vi hablar con unos chinos y pasarle un sobre manila en el que asumo iba dinero. Fueron así otras cuatro veces y ocho reportes donde describía las tiendas, los comerciales, las putas, los gringos, los negros, los indios y los chinos con los que cada quién hablaba. Mentía decorosamente para que no supieran que ambos eran un caso para mi, como dije, necesitaba la aventura.

Una tarde, con el hígado destruido me dirigí a mi oficina para sacar un pasaporte y corregir el informe de Arturo, llegué y la puerta estaba abierta, martilleo la pistola y abrí de una patada, todo estaba en su lugar. - Siéntese y guarde esa mierda antes de que lo plomee. - Era la voz de Arturo, sentado en el diván que había comprado para dormir en la oficina cuando me echaron de mi viejo cuarto. - ¿Cómo supo? - le pregunté antes de apuntar a la puerta del baño que se estaba abriendo, era Remigio que se secaba las manos con su pañuelo de viejo. - Tiene que comprar más papel. - me dijo mientras se sentaba en mi escritorio. - Hoy tengo que pasar al súper. - Gruñí. - - Sientese le dije - volvió a decir Arturo, me senté con la pistola en la mano. - Ha hecho un gran trabajo. - me dijo Remigio antes de encender un Malboro rojo, - ¡¿puedo saber a qué mierdas están jugando ustedes maricones?! - Grité y me acomodé en la pared. - Como le dijo mi socio, usted ha hecho un gran trabajo detective. Pasó la prueba y ahora estamos seguros de querer contratarlo. - No entendía nada, la cabeza me daba vueltas y la claustrofobia me daba nauseas, era como si estuviera cayendo en un vacío negro en interminable. - Queremos que se introduzca en un negocio, necesitamos información y lugares. - Dijo Remigio antes de encender otro cigarro con la colilla del anterior. - Le vamos a pagar bien, cinco cifras para que se cambie de este mugrero. - Debí haber disparado, debí haber verguiado a ambos y sacarlos a la calle para matarlos como gallinas de tamales, debí haber dicho que no.

Reporte preliminar:

la finca donde llevamos el furgón parece ser de un exmilitar. Entregamos la mercancía a unos árabes que nos dieron una camioneta del año. Dos de los compañeros mataron a los que entregaron el furgón.

Requiero armas y un pasaporte.

El informe final se entregará Lunes a la hora acordada.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Frases célebres

Por más que busco no encuentro esas palabras, esas frases que se quedan incrustadas en la piel y te arrancan la cara que tenías puesta en esa vida, en ese momento que se desintegran los instantes y se pierde la tristeza.

Recuerdo que te vi justo después de que la máquina de coca cola rechazaba mi billete por enésima vez. Ya te había visto antes y sentía tus miradas coquetas perforarme la ropa; — Mirá ¿puedo pedirte un favor? — — Aja — y el sonido de la maquina chupando el dinero shiiq, shiiiiiq, shiiiiq, — ¿Será que no me das tu número de teléfono? — —¿Para qué? — y yo sin voltear, sin preocuparme más que por esa estúpida máquina que no me daba mi gaseosa.

Aún recuerdo el valor que se te escapaba en los pequeños movimientos que se ajustaban a la suavidad de tu cara, la imagen de tus pupilas reflejando la ternura de mi cuerpo. Te di mi número de celular y recuerdo que mensajeamos toda la noche, te dije que tenía una banda y que la música era todo, nos hundimos como capitanes en ese barco de amor adolescente, inmortal, eramos los reyes de la lujuria en tu cuarto pequeño, desordenado, marcado por la ruptura de una vida que te atormentaba, que te comía y forzaba tus lágrimas a visitar mi pecho. Como podrás imaginar ahora, el desastre fue excelso, nos consumió el tedio y la desidia, asesinamos lo hermoso de una relación en la concepción imbécil de los estándares sociales, pero fue bello y más que bello fue necesario para poder decir que estábamos muy jóvenes, que la celeridad de la vida nos puso pausa y stop. Vos me cambiaste la vida en esa frase que se queda para siempre, en el basural de los recuerdos, en la mirada que voltea hacia el pasado y recuerda con amargura y sonrisas que no era más que amor torcido.

Y estas vos, que me decía que lo importante era tener mierdas, acumular objetos materiales porque eso era la vida, tener, tener, tener, y nos emborrachabamos platicando de mujeres y de desasosiegos, porque eso sí, hacías un espacio en tu discurso de acumulación capitalista para soltar esos recuerdos de la chava que te dejaba entrar en su lecho y reventar su temple que juraba que esa noche, era la última. —Vos tenés que hacer tus cosas chino, tu carro, tu casa, tu cuete; vos tenés que tener para que el día de mañana que te cases con la fulana la saqués de esta mierda. — ese era tu viaje vos, dormirte en el seno de la imagen que te da el consumo, ser un gran desalmado y que la gente nos tuviera miedo y no respeto. Ahora que ya no pienso igual, que paso por tu casa de tres niveles y tus ocho carros parqueados en la calle, te digo, no lo logré pero cada quien con su felicidad.

— Jenner, ¿por qué no sos antropólogo? — Quién iba a imaginar que yo estuviera en una clase de la universidad, reinterpretando esas vidas que son ajenas al sentir, a la injusticia de un poder que marca tus deseos, que te encapsula en esas ideas de ser y de vivir como tenés que hacerlo. En vos encontré el desencanto del mundo y sus trajines. ¿Quién diría que me haría poeta? ¿Quién diría que allí esculpiría los ladrillos de mi habitación propia como diría Woolf? Todos pensaban que íbamos a ser esa pareja de intelectuales que los absorbe la elite del saber, pero no, punk's never dead baby, nos desligamos de la fe al amor absoluto, a la fidelidad del cuerpo y de la monogamia. Ahora vos estás en otro país y yo publicó artículos marxólogos. Ahora vos que estás allá te recuerdo entre cervezas y te entrego mi eterna gratitud, gratitud por mostrarme un mundo más grande del que alguna vez pensé en conocer.

Pero la historia está construida a base de rupturas y de sangre, y bien dicen que Comala nunca sale de vos; esa noche que dijimos entre amigos que habría noche de recuerdos, o sea noche de destrucción y deficiencias hepáticas, me reencontré con esa vida de live fast and die young. Sería tonto tratar de describir ese retumbo en el pecho que te da la música, esa sensación de manejar a mil por hora y sentirse dueño del mundo y de sus calles. — Vos vas a cantar esa rola. — Fue como recordar la sangre subiendo, la adrenalina corriendo y los besos de la multitud pegándote puñetazos hermosos.
Ahora mismo que te tuve entre mis brazos varias tardes de este Noviembre tan sublime, que te comparto mis besos llenos de ternura, me recuerdo de esa vez que preguntaste — Jenner, ¿eres triste? — Tal vez lo era porque no me detenía a pensarte como lo hago ahora, porque no me imaginaba un futuro con vos. Esta noche, medio borracho, te digo que te quiero, porque tal vez si era triste porque no conocía lo dulce de tus besos, porque no soltaba el egoísmo y la pena, el miedo de amar como un bobo. Tu sonrisa me enloquece y me hace perderme en la notoriedad de la caída, en la estridencia de tu cuerpo, en lo recóndito de tu maravillosa persona. Te amo niña zombie.

domingo, 10 de agosto de 2014

Pulp

Se sostiene con la parte trasera de un carro mientras trata de aguantar la meada que le viene quemando la uretra desde hace unos minutos, escucha cómo el pequeño chorro interminable cae y hace ese sonido inconfundible cuando estalla contra una bolsa de plástico en el piso, deja que la cabeza flote despegada del cuello, que se bambolée mientras cree meditar. Ya está medio borracho, la sangre está mezclada con el alcohol y aún así cree que todavía puede seguir tomando. — Las latas de cerveza están llenas de alcohol y esas no están borrachas — escucha las carcajadas de sus amigos, el chorro ha cesado y ahora tiene problemas para abotonarse el pantalón; errante, tratando de no tropezar regresa a sentarse a la banqueta y destapa otra cerveza. ¡PSSST! 

La soledad y el vacío lo golpean furiosos, llenos de ira y sin piedad, los ojos acostumbradose a la penumbra, a las luces y la mujer que menea su carne en el escenario; imagina el peso y la velocidad que requiere un cuerpo para deslizarse por el tubo mientras sorbe la cerveza que se desliza en la negrura de su pecho y emborracha a esos deseos que lleva bajo la piel. No puede detener su mano que acaricia su entrepierna, acrecenta el bulto debajo del calzoncillo y llena de líquido el pantalón que usa todos lo viernes. Presa del entumecimiento, flotando a la deriva de sus pensamientos, mueve la cabeza de un lado a otro como diciendo que él no es esa masa amorfa que está desparramada en la silla, que sus nalgas no son esas que se deslizan en la imitación de cuero, que no es su oreja la que está siendo mordisqueada por la prostituta que tiene a la par. Una vez más la euforia lo desconecta de la razón y de la culpa, pide otra ronda de cervezas y con un exceso de romanticismo le dice a la muchacha que lo lleve al cuarto, que le quiere hacer el amor por todos lados mientras ella grita su nombre una y otra vez. 

La pantalla de la computadora se convierte en un objeto desconocido, abre un bloc de notas y comienza a teclear: «¿Qué pasaría si en la interminable pista fallan las turbinas del avión y todos se mueren calcinados? ¿Qué si en este preciso instante saco una pistola y me pegó un tiro en el cielo de la boca? ¿Qué si el cielo de mi boca es celeste y mi lengua una pista de aterrizaje? ¿Qué si en mi boca mueren calcinados aquellos que abordaron el avión en mis dientes? ¿Qué acaso es mi boca un cementerio.. — ¿Ya terminaste los informes? Tenemos una conferencia telefónica en 20 minutos — Piensa en los trabajos de la gente en el que el tiempo es inverosímil y no concuerda con la noción, donde el reloj no se diluye sino se detiene y suspende a las personas en en sentimiento miserable, en una cóctel de depresión, aburrimiento, cansancio y hastío. Cierra el bloc de notas y escribe: «Por lo tanto y con mucho pesar, la cuenta debe ser suspendida y debidamente se debe requerir un arraigo inmediato». 

La oscuridad de la noche se vulve infinita, la carretera se yergue como una figura terrorífica que lo aprisiona, sumergido en esa tranquilidad que solo el silencio puede dar pisa el acelerador, bebe un poco de cerveza y le sube volumen a la canción, trata de cantar mientras exhala el humo del cigarro que acaba de encender. Saca la mano y siente el calor de la costa acariciar suavemente su piel, «Here I am, stuck in the middle with you; here I am stuck in the middle with you» La soledad y la culpa lo han abandonado, ahora solo siente las ganas de acostarla a ella en la cama y decirle que la quiere, que la autodestrucción es parte de él y que no quiere dejar de acariciar su mano mientras observan las estrellas que a la vez observan la playa, las olas perfectas y los observan a ellos con ternura. Una sombra atraviesa los ojos y se impactan en el miedo, el chirrido de las llantas, un grito, una hermosa onomatopeya de la muerte que los toca levemente, la negrura de la carretera, una imagen que no se desprende del pecho acelerado de ambos. Ahora todo negro, negro el pavimento, negros los ojos, negro el miedo que transpiran esos cuerpos atolondrados, negro la embriaguez del conductor, negra la sombra que los hizo frenar. 

NEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONNEGROEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRO. Otra cerveza que se destapa. ¡PSSST! 

El choque de las latas vacías, las miradas cansadas de sus amigos, el tambaleo colectivo, él siente que no es suficiente, que la borrachez y las llamadas inoportunas no pueden acabar tan temprano, que aún existe noche para morir de otras maneras diferentes, otras que no sean el tedio de despertar en la misma cama sucia. Enciende el carro, algo le dice que no es buena idea pero nadie lo detiene, la bocinas vomitan música que lo hacen bailar mientras ve los semáforos convertirse en recuerdos inútiles; una linterna le dice en dónde parquear, siente las manos del guardia atravesarle hasta la vergüenza, no le importa troquelar la vida y el trabajo en un diminuto yugo de plástico, pide una ronda de cervezas y se sienta a observar su inminente destrucción. Él sabe que estar con dos mujeres a la vez no le calma el vacío, él sabe que acabar dos veces no desaparece la soledad, él sabe los gritos y el puñetazo que le dio a una de las putas por revisar su pantalón no aminoran la ira. Él sabe que cuando decida terminar la noche todas esas cosas seguirán allí, consumiendo su cuerpo y alimentando ese sentimiento miserable de odio hacia él mismo. «Baby, just watch me crash and burn.»

Por fin terminó el viernes, cierra su escritorio, cierra el correo electrónico, cierra su mirada y la dirige hacia la infinita gama de oportunidades que le duermen la caricia, que le apabullan el ser y le hierven las entrañas. Cierra su trabajo y decide olvidarse por días, horas, minutos, que no tienen a nadie y que debe callar sus lágrimas, que debe quejarse en silencio, soltar las amarras y darse a la deriva del deseo. Cierra. 

El teléfono repiquetea, la desesperación lo mastica y lo vomita, por fin escucha una voz soñolienta al otro lado de la línea, — Aló, ¿estás despierta? ¿Vámonos al puerto? Hace tu maleta y paso por vos en 20 minutos. — 13 minutos se tardó en comprar cervezas, echar gasolina, comprar cigarros, empacar una serie de cosas innecesarias para el puerto, orinar en la intérprete, saludar de un beso tierno a su novia y acelerar hacia la playa. Sé siente ridículo mientras paga el peaje y le pregunta a la empleada hacia dónde está el puerto; le tiende la mano, la besa mientras la radio pasa las canciones de una noche memorable. Allí, donde la soledad lo abandona, donde la palabra deja de existir porque se impregna en los cuerpos llenos de incertidumbre, allí tararea una canción que bien puede ser un blues. Enciende otro cigarro, destapa otra cerveza y le dice que la quiere mientras acaricia su pierna. 


NEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONNEGROEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRO.

Despierta porque el aire acondicionado está muy fuerte y le pega a los tuétanos, los saluda y les dice que el viento es el padre del frío y de los abrazos por necesidad; un beso, una caricia, sexo en la ducha y un hambre descomunal. Nada importa porque ya está instalado a cientos de kilómetros de su cama. Ve la hermosura de las imperfecciones y la vuelve a besar. Se acabó la cerveza pero entumecimiento y la euforia aún no acaban. Trata de levantarse, de controlar su cuerpo y llevarlo hasta el baño, todavía hay una cerveza. ¡PSSST! 

El sol esboza una caricia amarilla sobre la arena, las olas revientan contra la playa y él piensa en lo hermoso del recuerdo, que mañana o tal vez pasado mañana sólo tenga un deseo de morir. El carro tiene un abollon y el parabrisas estallado, testigo de una muerte desconocida, un cuerpo extraño, ingrávido que emitió un sonido espeluznante mientras impactaba con la carretera vacía. Pizó el acelerador y observó cómo una vida se extinguía en la oscuridad, de manera que ahora, carga con dos muertes; una muerte que guarda la certeza de ocurrir un día cualquiera, y la otra ajena, que es parte de él porque él la provocó, una muerte que no responde a la lógica sino al deseo de autodestrucción. Dos muertes, un cuerpo. Mañana es lunes y toca trabajar. 

martes, 8 de julio de 2014

Reciclaje

En algún momento de la historia la necesidad de vigilar y castigar al cuerpo se exacerbó de manera incontrolable; la evolución de la juventud ante la inminente decadencia de la construcción social ponía en alerta a los ejércitos de jóvenes necesitados de aprobación.

Empezó como empiezan todas las guerras, definiendo enemigos que no existen por el simple hecho de tener a quién juzgar. Después de celebrarse la asamblea nacional de jóvenes preocupados por el ambiente y la salud, hecho que ocurrió en las afueras de la municipalidad puesto que era el lugar más limpio de la capital, la ciudad de los barrancos del futuro, determinaron que era necesesario acabar con la contaminación ya que proporcionaba una imagen de suciedad, desarraigo y podredumbre, y ninguno de los jóvenes allí presentes era nada de esas cosas. Impusieron multas exorbitantes, estrambóticas sumas de dinero a todo aquel que se le descubriera arrojando basura clandestinamente, claro está que este tipo de medidas nunca funciona en sociedades en las que la precariedad cuelga de las ropas, donde la violencia devora intempestivamente a los individuos y colectivos. Furiosos los jóvenes preocupados por el nacionalismo, emitieron una nueva ley en la cual a los inscrupulosos que no pagaran la cuota mensual de recolección de basura serían arrojados a la cárcel, en los mismos sectores donde albergan asesinos, violadores, secuestradores, etcétera, era menester tener su carnet electrónico de ciudadano modelo al día; los trámites se podían cumplir los días quince de manera electrónica o bien en los bancos de la cuidad. Los ciudadanos estaban furiosos, ya no era solo colegio, solo comida, solo transporte, ahora encima de todo tenían que pagar la extorsión de los basureros. Fue una época excelente para los tramitadores o bien, para las mafias falsificadoras de documentos que por un no tan módico precio podían convertir a cualquiera, en ciudadano modelo por el siguiente medio año, sin mencionar a los dueños de las empresas recolectoras que resurgieron como una de las mejores empresas de la iniciativa privada, galardonados en el extranjero con premios como: “One of the bests places to work” y “The most outstanding company of the millennium”. 

Como era de esperarse la oposición no tardó en surgir, las nuevas leyes impositivas trajeron una ola de estafas, protestas, buses incendiados; fenómenos como privatización de las empresas de desechos orgánicos e inorgánicos como ahora se hacían llamar los recolectores, asesinatos de dirigentes sindicales, un sinnúmero de ingresados a las prisiones, en fin, nada a lo cual los ciudadanos no estaban acostumbrados en diferentes etapas de su evolución social. 

Al final las leyes en países como estos no transgreden las líneas imaginarias de moralidad que están tan distorsionadas como cualquier otra; muchos (si no es que todos los ciudadanos) regresaron a sus propias maneras de manejo de basura, es decir, tirándola donde se les daba la gana. 

Las asociaciones juveniles se tornaron en energúmenos, la mayoría de los militantes abandonaron sus quehaceres de centinelas nocturnos, en parte porque no veían el progreso y la justicia social a través de la basura y en otra parte, la de mayor significado, porque habían encontrado otra causa a la cual apoyar, esa de que no se permite el ingreso a los centros comerciales si no va a consumir nada. El manejo de desechos se pudría en cada iniciativa de ley que ingresaba al congreso, cada una más estúpida que la anterior, pero había una gran parte de jóvenes que no daba por pérdida la lucha. Con discursos tales como «¿van a dejar que sus hijos vivan en champas hechas de basura» o «el mundo a acaba y es culpa nuestra por dejar que la basura se convierta en apocalipsis», trataron de reivindicar la lucha, pero todo fue en vano.

Fue hasta que una brillante idea que surgió de una de las mentes más eminentes de los proyectos auto sostenibles se dio a conocer. Este proyecto que fue discutido con la mayor discreción ante los poderes económicos que veían su inversión basurera desvancerse en los vapores del medio día; el proyecto constaba de reciclar a aquellos que no seguían las normativas basurescas. Se reincorporaron los antiguos broncos que a sorpresa de todos, no habían desaparecido tras la guerra. Poco a poco fueron desapareciendo, convirtiéndose en recuerdo inmaculado aquellos individuos que arrojaban basura y ensuciaban las calles de la recién establecida tacita de oro. 

El proceso era simple, la composición química de los cuerpos, con la adecuada mezcla de sal, flores, azúcar, y muchos colores, daban como resultado un abono que hacía que los sembradíos crecieran veinte veces más de lo normal. La época era buena para los agricultores, o mejor dicho, para los dueños de fincas y extensiones de tierra estúpidamente grandes, los pequeños agricultores, nunca vieron ese súper abono, aún cuando el gobierno había prometido costales gratis del producto. 

Ahora las compañías de desechos habían cambiado su nombre nuevamente, eran conocidos como “Industria manufacturera y distribuidora de súper abono orgánico”. Pronto se olvidó en lo más recóndito de la mente que las desapariciones alcanzaron un punto máximo, como nunca antes se había conocido en la historia de la humanidad. Sin embargo las empresas extranjeras iniciaron la inversión pronta y acaudalada de proyectos de mejoramiento para el agricultor, y un galardón, ahora otorgado al país, se leía en las terminales del aeropuerto. «Bienvenidos a la ciudad más limpia y con mejor agricultura del mundo». 

jueves, 8 de mayo de 2014

La cacería

«Esto es pa dejar claro entre tu y yo 
que pa mi solo eres un mal necesario»

— Cartel de Santa — 


— Ya está la vuelta arreglada, mortero y todo, los esperamos en la esquina. 

— Hoy sí, esos majes sé la van a comer. 

¿Has sentido como la nada te golpea la espalda? Te atraviesa sin detenerse, te deja vacío, sin respirar, con la mirada seca, el pecho acelerado, frío, paralizado y la mano lista en la pistola. 

El frío empieza a descender a pesar de ser una de esas noches de verano, después de un día en que la playera se te pega a la espalda y no apestas pero sudas incontenible, preocupado porque tu aspecto desentone y aleje las miradas de los tenis nuevos, blancos, relucientes; la luz amarillenta de la calle brilla en los contornos de los carros, en el plástico mudo del teléfono monedero. Una bocina lejana, el auilludo de un animal irreconocible, el correr del agua en un río de mierda que sucede junto a tu casa. 

— ¿Cuál es el pedo?
— Los majes andan paniqueando a la mara de aquí abajo, dicen que extorsionan a los tuktuqueros.
— ¿Y quién encargó el bisne?
— Prado compa, y a ese maje no hay que negarle el paro. 

Se escucha el escape de una moto acercándose, se levantan las capuchas y a cubren las caras con unas pañoletas sucias; agazapados en la oscuridad intercambian miradas, reconocen la jerarquía y el que acaba de iniciar en el negocio se tiene que asomar, él es la expiación hecha persona, la culpabilidad de no tener un conocimiento para hacer algo más que esto, fricciona el metal y quita el seguro, dos, tres, cuatro pasos, la mano le tiembla, le tiemblan las piernas, un crujido, ¡CLACK! Nada, no hay nadie más que un perro vagabundo. Vuelve sobre sus pasos con la mirada en sus hombros, vuelve a recostar su cuerpo en el poste que tintinea, se relajan un momento, dejan que el silencio se apodere de la calle y que la mirada se pierda en la soledad del asfalto. 

— Me cago del frío, ¿Por qué le dijiste que sí a ese maje? Él no hace paros.
— Así es la vuelta compa. Nos necesita. Sin nosotros no puede decir que hace algo. Si no estamos cualquier cerote quiere venir a gobernar y así no es la casaca. 
— ¿Entonces por qué no hacemos nosotros los tiros?
— ¿Vos tenés carro? ¿Tenés conectes en el MP? Poco a poco compa. Poco a poco llega el billete. 

Reconocen la imposibilidad de las circunstancias, a pesar del coraje, del valor, de los huevos, a pesar de que son ellos los que se comen balas y pagan con sangre el desarraigo. Observan un color morado asentarse en las calles, luces simultáneas que han visto desde dentro y fuera de la patrulla, los policías saludan a las tres sombras dibujadas en los postes, frente al callejón que facilite la escapada en caso de necesitarla, no dicen nada y los policías pasan como ver llover, pasan el cigarro de marihuana y continúan la vigilia. 

Atormentados por el ocio empiezan a forcejear la ventana de un carro cuyo dueño no conocen, violentan la ventana del copiloto, tratan de mutilar el frío con los sillones que se ven lejanos tras la ventana que no se atreven a quebrar. Otro escape de moto levanta el eco, ahora son los tres que preparan las armas, una glock que dejó un hermano después de recibir quince tiros en el pecho, una pistola israelí y una argentina que se traba de vez en cuando. Salen separados, una estrategia de guerra urbana, el menor lanza una piedra que se estrella en el teléfono y hace retumbar el nerviosismo, la carne aguada de las piernas, ven la luz detenerse a pocos metros, — ¡Hijos de puta, hoy si se van a morir culeros — 
— Ya están fichados culeros, diez en la güica les voy a dejar ir — 
— ¡Avientense pues! Ya estuvieran — nadie ha sacado las manos de los bolsillos, una maraña de dedos, escozor, parálisis aqueja los cuerposdesfiantes de la noche. La motocicleta da media vuelta y suelta insultos inentendibles. Ellos ven como la luz roja de la moto se desvanece en la carretera, uno a uno regresan a su escondite entre las sombras. 

«Lo que pasa es que no podemos huequear» dice el líder mientras los otros dos escuchan el relato, asienten cuando escuchan cómo a las dos de la mañana fueron a sacar a un doctor metido en la política, le arrancaron las uñas, las manos, y luego, después de alimentar a un perro bravo con sus genitales, le dispararon en la cabeza; todo porque llevó a su esposa de emergencia al hospital y el doctor le dijo que todos tenían emergencias y que tenía que esperar. La mujer estaba embarazada y perdió al bebé, el primero de muchos hijos que soñaba tener. «Por eso no podemos huequear, ese maje no le amaga.»

La noche casi termina y casi dan por ganada esta batalla, unos minutos más y podrán acostarse a escuchar la música que los lleve a otro entumecimiento, más allá de las cortinas y la cocina sucia, más allá del abuso que reciben en su casa. Unas luces enceguecedoras recorren los cuerpos de la calle, una última alistada, un último movimiento de permutación de bala, valerosos, inmutables, se acercan al Hilux doble cabina que se acaba de parar frente a ellos, sienten el olor a diésel mientras escuchan la ventana deslizarse, deformando su reflejo en el polarizado. 

— ¿Qué onda Prado? 
— Allí compa, echando la vuelta, 
— Los majes bajaron pero se les espantó la mierda. 
— ¿Dijeron algo esos majes?

La nada vuelve a estrellarse en la espalda de los tres mientras observan a dos individuos bajarse armados del pick up, presienten el peligro de haber molestado a quién no debían. 

— ¿Qué pasó Prado?
— Lo siento compa, usted sabe cómo son los bisnes, nada personal. 

Tres disparos en tres cabezas cortan la tranquilidad de la noche, despiertan el miedo y las voces de nerviosismo dentro de las casas que rodean la montaña. Tres cuerpos tirados en el asfalto escurriendo hilos de sangre que hacen una posa inverosímil en medio de la calle vacía. 

A la mañana siguiente en MP ya recoge las evidencias para luego archivarlas en caso ligado a extorsión que eventualmente se cerrará por falta de evidencia. Los murmullos de la gente se condensan en los mismos discursos que ya todos sabemos. «Ellos eran los que estaban asaltando.» «No podían durar si se metían con la gente aquí abajo.» «Dicen que ellos fueron los que asaltaron a los de la tienda.» Dicen, dicen, dicen, narran, se visten, se mueven indiferentes ante los rumores tendidos alrededor de los cuerpos. La cacería terminó.